jueves, 4 de diciembre de 2008

Parde textos que no vienen a cuento

Saludos cordiales a todas sus mercedes,
El tema es que hoy voy a copiar un par de cositas que leo y releo y nunca dejan de sorprenderme y conmoverme... sé que no vienen a cuento... peeeeeeeerooooo, seguro que en algún momento de las sus vidas, sí que son indicadas... pues las leen, las recuerdan, las guardan en la caja de su mollera y las usan cuando las necesiten y/o deseen.

La primera, pastelada si quieren ustedes, se hizo muy pero que muy famoso hace no muchos años, en cierto programa de radio leían esto casi todos las noches... no sé si ya la copié en alguna ocasión... de vez en cuando me pongo con ello... es tan potita... sniff sniff... viva don Mario!!!! Ahí va eso:

TÁCTICA Y ESTRATEGIA.

Mi táctica es
mirarte
aprender como sos
quererte como sos .

Mi táctica es
hablarte
y escucharte
construir con palabras
un puente indestructible .

Mi táctica es
quedarme en tu recuerdo
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
pero quedarme en vos .

Mi táctica es
ser franco
y saber que sos franca
y que no nos vendamos
simulacros
para que entre los dos
no haya telón
ni abismos .

Mi estrategia es
en cambio
más profunda y más
simple
mi estrategia es
que un día cualquiera
no sé cómo
ni sé con qué pretexto
por fin me necesites

Mario Benedetti
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Y lo segundo, menos potito, descarnado, brutal, humano, bestial.
Recuerdo que lo descubrí en clase de comentario de texto, hace ya algunos añitos (10 !!!). Me revolvió tanto por dentro que ipso facto desarbolé la paterna biblioteca removiendo Roma con Santiago hasta encontrar el susudicho texto y devorarlo rápido, al mismo ritmo que mi indignación y rabia subían exponencialmente a cada página leída. Si es que somos unos hijos de p... todos, lo llevamos dentro.
Eso, que es el mítico fragmento de "El señor presidente" de M.A. Asturias. Ahí va:

"...Una sirvienta acababa de decir a la puerta:
—¡Ya está servida la comida!
En Palacio, el Presidente firmaba el despacho asistido por el viejecito que entró al salir el doctor Barreño y oír que llamaban a ese animal.
Ese animal era un hombre pobremente vestido, con la piel rosada como ratón tierno, el cabello de oro de mala calidad, y los ojos azules y turbios perdidos en anteojos color de yema de huevo.
El Presidente puso la última firma y el viejecito, por secar de prisa, derramó el tintero sobre el pliego firmado.
—¡ANIMAL!
—¡Se...ñor!
—¡ANIMAL!
Un timbrazo..., otro..., otro... Pasos y un ayudante en la puerta.
—¡General, que le den doscientos palos a éste, ya ya! —rugió el Presidente; y pasó en seguida a la Casa Presidencial. La comida estaba puesta.
A ese animal se le llenaron los ojos de lágrimas. No habló porque no pudo y porque sabía que era inútil implorar perdón: el Señor Presidente estaba como endemoniado con el asesinato de Parrales Sonriente. A sus ojos nublados asomaron a implorar por él su mujer y sus hijos: una vieja trabajada y una media docena de chicuelos flacos. Con la mano hecha un garabato se buscaba la bolsa de la chaqueta para sacar el pañuelo y llorar amargamente —¡y no poder gritar para aliviarse!—, pensando, no como el resto de los mortales, que aquel castigo era inicuo; por el contrario, que bueno estaba que le pegaran para enseñarle a no ser torpe —¡y no poder gritar para aliviarse!—, para enseñarle a hacer bien las cosas, y no derramar la tinta sobre las notas —¡y no poder gritar para aliviarse!...
Entre los labios cerrados le salían los dientes en forma de peineta, contribuyendo con sus carrillos fláccidos y su angustia a darle aspecto de condenado a muerte. El sudor de la espalda le pegaba la camisa, acongojándole de un modo extraño.
¡Nunca había sudado tanto!... ¡Y no poder gritar para aliviarse! Y la basca del miedo le, le, le hacía tiritar...
El ayudante le sacó del brazo como dundo, embutido en una torpeza macabra: los ojos fijos, los oídos con una terrible sensación de vacío, la piel pesada, pesadísima, doblándose por los riñones, flojo, cada vez más flojo...
Minutos después, en el comedor:
—¿Da su permiso, señor Presidente?
—Pase, general.
—Señor, vengo a darle parte de ese animal que no aguantó los doscientos palos.
La sirvienta que sostenía el plato del que tomaba el Presidente, en ese momento, una papa frita, se puso a temblar...
—Y usted, ¿por qué tiembla? —le increpó el amo. Y volviéndose al general que, cuadrado, con el quepis en la mano, esperaba sin pestañear—: ¡Está bien, retírese!
Sin dejar el plato, la sirvienta corrió a alcanzar al ayudante y le preguntó por qué no había aguantado los doscientos palos.
—¿Cómo por qué? ¡Porque se murió!
Y siempre con el plato, volvió al comedor.
—¡Señor —dijo casi llorando al Presidente, que comía tranquilo—, dice que no aguantó porque se murió!
—¿Y qué? ¡Traiga lo que sigue!..."

M.A. Asturias,
El Señor Presidente.


Ustedes-los que hayan leído los textos, que nos conocemos y cuando el imbécil desvaría se desconecta y punto- dirán que soy raro, que a que viene esto, que mi tía tiene un gato, que... pues que les vayan dando, que esto es mi blog y me lo llevo cuando quiero!! porque soy así de caprichoso como algunos ya sabrán.

Y no firmo, porque me parece absurdo firmar cuando ni MA Asturias ni M Benedetti van a firmar siendo ellos los autores de esas, para mi gusto, genialidades.

Besitos para ellos, ataques "cola de gamba" para ellas.

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